Perseverancia en medio de la tormenta

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Jerleen Jazmina Rodríguez Pérez

El 14 de junio de 1951, en el corregimiento de Río Grande, Penonomé, nació una niña a la que sus padres decidieron llamar Dania Nicelia Simití Pinzón. A los pocos meses de vida, comenzó una existencia llena de aventuras y desafíos que enfrentó con carisma y valentía.

A una edad temprana, le diagnosticaron meningitis, una inflamación de las membranas que rodean el cerebro y la médula espinal. Esta enfermedad, acompañada de alteraciones en el nivel de conciencia y crisis epilépticas, entre otros síntomas neurológicos, le causó pérdida auditiva en su oído izquierdo y daños en sus cuerdas vocales.

Sus padres la apoyaron para que balbuceara y pronunciara sus primeras palabras, hasta lograr que hablara de manera bastante fluida. Sin embargo, en ocasiones le costaba entender a los demás debido a su limitación auditiva.

Dania ingresó a la escuela primaria Horacio de Gracia Fernández, en Río Grande, donde completó con éxito el sexto grado.

Un día, la luz del sol brilló en su vida cuando una de sus hermanas decidió llevarla a la ciudad de Panamá para que estudiara en el Instituto Panameño de Habilitación Especial (IPHE). Allí recibió servicios en áreas como estimulación temprana, fonoaudiología (incluyendo terapia de audición, voz y lenguaje), audiometrías y confección de moldes para audífonos, entre otros beneficios.

Gracias a estos recursos, Dania pudo mejorar su calidad de vida. En el IPHE, aprendió el lenguaje de señas y le colocaron audífonos especiales que mejoraron su audición, permitiéndole comunicarse mejor con los demás.

Es impresionante cómo Dania, una verdadera guerrera, logró completar una carrera técnica intermedia en el IPHE y se graduó como estilista a los 17 años.

Su deseo de superarse la llevó a conseguir rápidamente su primer empleo en un salón de belleza, donde se encargaba de realizar manicuras y otros servicios relacionados con el cuidado de las manos. Allí tuvo mucho éxito.

A los 22 años, Cupido la flechó y se enamoró. En diciembre de 1973, contrajo matrimonio, y más tarde nació su hijo Oli, quien se convirtió en su mayor motivación para seguir luchando.

Dania fue más allá en su vida laboral y, con el tiempo, emprendió su propio negocio desde casa, dedicándose a la peluquería. Se considera bendecida, ya que Dios le abrió puertas y supo aprovechar las oportunidades que encontró en su camino. Su vida ha sido muy buena, primero con su hijo y ahora con sus nietos, siempre contando con el apoyo de sus hermanas.

Dania es una persona humilde y muy feliz. Su espíritu de perseverancia es un escudo contra aquellos que intentan lastimarla.

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