Desaciertos de la adolescencia  

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Leónidas Gonzalez

En una fría y sombría noche del 3 de octubre de 2003, nació María Concepción Gómez, quien vino al mundo con una discapacidad. Hoy en día, reside en la comunidad de Quije, en la provincia de Coclé.

La madre de María se sorprendió al ver que uno de sus brazos era muy pequeño e inmediatamente comenzó a lamentarse: “¡Dios mío, ¿por qué a mí?! ¡Es mi primera hija!”. Entre lágrimas, exclamaba que no quería tener más hijos y que no había hecho nada malo para recibir ese castigo.

Para agravar su tristeza y sus problemas, el padre de María negó su paternidad. Al llegar a casa, la abuela Claudia reprendió a la madre de María: “Eso te pasa por meterte con cualquiera. Tienes que hacerte cargo de tu hija, trabajar para comprarle lo necesario, ocuparte de sus citas médicas y de todos los cuidados que la niña requiere”.

Por esta razón, la madre de María se mudó a Tocumen, en la ciudad de Panamá, para trabajar en una casa de familia, dejando a la pequeña María al cuidado de su abuela. Un año y medio más tarde, regresó para visitarla y luego volvió a su trabajo en la capital. El tiempo pasaba y la bebé seguía creciendo, pero sin su mamá.

La niña empezó a sentirse triste y sola. Todas las noches lloraba. Había momentos en que llamaba en voz alta a su mamá, pero ella nunca aparecía. Su abuela, al verla así, la consolaba y le daba esperanzas.

Con el tiempo, María se fue acostumbrando a su entorno. Trataba de comportarse como sus primos, quería ser como los demás, pero tenía limitaciones debido a su brazo pequeño y le costaba realizar muchas actividades. Los niños y sus primos comenzaban a molestarla por esta característica, hasta que cumplió la mayoría de edad.

Dos años y medio después de haberse ido, su mamá regresó, esta vez para quedarse, y decidió llevársela a vivir con ella. Su nueva pareja no se opuso. María no podía creerlo: su madre finalmente volvió y le dio el abrazo que tanto necesitaba. Pasaron los días, pero no se acostumbraba a su nueva casa porque extrañaba mucho a su abuela y a sus primos. Esto la llevó a escaparse varias veces para ir a visitarlos.

A medida que crecía, su conducta se volvía inadecuada, tanto con su madre como con su padrastro. Su madre continuaba consintiéndola y no la corregía cuando se equivocaba. Al llegar a la adolescencia, su comportamiento empeoró. No quería estar con su madre y prefería irse a casa de su abuela. Sus calificaciones en el colegio eran muy deficientes, y su padrastro no estaba de acuerdo con la situación. Intentaba ayudarla y corregirla como a una hija, pero su madre no se lo permitía, solo porque él no era su padre biológico. Ella sentía que él no tenía derecho a tomar decisiones sobre la crianza de María, por lo que él decidió no involucrarse en nada relacionado con ella.

Hubo un momento en que su madre no supo qué hacer; el comportamiento de María empeoraba cada vez más, y ya no respetaba ni a ella ni a su padrastro. Entonces, decidió enviarla por un tiempo a casa de su tía, quien era psicóloga, con la esperanza de que pudiera cambiar.

Después de seis meses, su tía la devolvió a su madre, considerando que ya había mejorado su actitud. No se equivocó. María logró terminar sus estudios de Bachillerato en Turismo y se convirtió en una buena hija, aprendiendo a valorar cada esfuerzo que hacía su madre, y nunca dejó de agradecer a su tía por todo lo que hizo por ella.

María es un ejemplo de superación frente a las difíciles situaciones físicas y emocionales que algunos adolescentes pueden experimentar.

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